Para hablar de este remake tengo que ponerme mi careta de Bruce Campbell enloquecido y dejarme llevar por lo que me ha parecido, más que un remake una reinterpretación con elementos similares de una despiporre ochentero tomado aquí demasiado en serio, si habéis entendido algo de lo que acabo de escribir enhorabuena.
Posesión infernal, la original, la de Sam Raimi es sin duda un film inigualable, una obra que casi se definía como el primer advenimiento de la más loca fiesta y la diversión, tenía su terror en buenas dosis pero el descacharrante sentido del humor y el desmesurado gore la convertían en una obra para disfrute y gozo del avezado cinéfilo comedor de palomitas y seguidor de la sesiones golfas. Pero aquello eran los ochenta.
Ahora, en pleno siglo XXI vuelve Posesión infernal, con más estilo, más elegancia pero con el mismo espíritu gamberro, espíritu que tarda veinte minutos en arrancar y es en esos veinte minutos en los que me quiero centrar ahora. Mientras que el original de Raimi iba de cinco jóvenes que se iban un fin de semana a una casa en el bosque se encontraban un libro de los infiernos, poco a poco iban muriendo y a nadie le importaba nada de donde venían; aquí el director Fede Álvarez se preocupa demasiado en crear unos personajes con unas historias y con una trama por la que los susodichos personajes llegan a la casa del bosque y esa trama es ayudar a uno de los jóvenes a dejar las drogas. Buena historia, no digo que no pero inservible, no me importa lo más mínimo su vida, me importa más verlos morir y de la manera más cruel posible. Y para eso, para contarnos toda esta trama de amor de hermanos y el mono de las drogas, que no molestan pero que hacen que el estallido de sangre y desparrame se demore demasiado Álvarez tira de charlas chorras sobre lo malas que son las drogas y lo bueno que es tener amigos.
Pero entonces el film entra en materia, tras los veinte minutos de cortesía para conocer a los que van a morir, es justo decir que ninguno de ellos le llegan a Bruce Campbell ni a la suela del zapato; empieza lo que viene siendo la sangría y aquí si que Álvarez pone toda la carne, nunca mejor dicho en el asador. Cuando la peli se pone las pilas va como un cohete y no deja títere con cabeza, ya a nadie le importa que un personaje quisiera dejar las drogas, ahora importan los brazos amputados, la sangre a borbotones, las posesiones demoniacas, en fin, lo que de verdad nos hace reencontrarnos con el cariño que le teníamos a la película de Raimi. En esta parte, que dura unos sesenta minutos los más goremaníacos vamos a disfrutar y lo vamos a pasar como enanos, porque la película aquí cumple con creces y da lo que promete y cuando lo ha dado sigue adelante llevándose todo lo que encuntra por delante.
Bueno, me quito la careta de Campbell, la miro, toda ensangrentada ella y suspiro, suspiro porque se agradece muchísimo el intento, está a un pelo de ser tan grande como su predecesora, pero tal vez porque ser tan buena como aquella sería un sacrilegio o porque a ratos se toma demasiado en serio lo que todos hemos conocido desde nuestra adolescencia como un verdadero desparrame sin sentido hacen que el film no llegue a ser tan grande como debiese, pero aún así es un film necesario, divertido, bestia como el que más y satisfactorio, muy satisfactorio.
8/10
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